Ojeda se desligó de los cargos para insistir que otra persona le usurpó su nombre.
Como lo hiciera antes el mayor Roque Italo Pappalardo, ejerció el derecho a declarar en un juicio que, en su octava jornada, llegó al fin de las testimoniales. El viernes próximo se harán los alegatos del Ministerio Público y las querellas, mientras que las defensas harán lo propio el 15, quedando el 16 como el día clave, histórico por la relevancia del veredicto.
Con un ayuda memoria, al que siguió al pie de la letra, Ojeda habló por espacio de media hora. Primero narró su historia personal, y trató de hacer hincapié en la actividad que tuvo en la sociedad civil más allá de la carrera dentro del Ejército. Y ensayó una llamativa autodefinición: "gracias a dios soy una persona muy conocida y apreciada en Tandil".
Del mismo modo, en su alocución siempre trató de mostrarse comprensivo con el dolor de Susana Lofeudo, y sus hijos Matías y Martín Moreno. A los que alentó para buscar al "verdadero" culpable, puesto que "soy inocente".
Ojeda vino a vivir a Tandil en 1952, desde Capital Federal. Su padre era militar, por lo que vivió durante años en el barrio castrense. Según aseveró, trabajó en changas, como parquero, peón de albañil, desarmó circos, mozo y parrillero. Y en 1974 ingresó al Colegio Militar, donde se especializó como conductor motorista. Llegó a al rango de subinstructor tanquista. En 1982, siempre dentro de las Fuerzas Armadas, se movilizó a Puerto Santa Cruz por el conflicto de Malvinas. "Tuve el honor de ser encargado de la Unidad de Comando de Brigada", explicó al Tribunal.
El hoy acusado de crímenes de lesa humanidad se dedicó a la actividad comercial en fruterías y verdulerías, manejó en 3 empresas de remis y fue árbitro de fútbol. Hasta que se jubiló en 2006. No tardaron en llegar las notificaciones judiciales en torno a la causa Moreno. Su incriminación "me empezó a causar intranquilidad y nerviosismo", reconoció para agregar que "estuve 3 días en terapia intensiva por un problema cardíaco, en el Sanatorio Tandil". En agosto de 2008, finalmente es detenido en su casa, y trasladado al penal de Marcos Paz. "Me endilgaban acusaciones terribles", objetó. En la cárcel convivió con los jefes militares también acusados en este juicio: Pappalardo y Tomassi. "Pappalardo estuvo sólo dos meses ahí, y antes de irse, me dejó una copia del expediente, donde pude saber lo que decían los testigos. Ahí me llamó la atención cómo describían a la persona que identificaban como Luis Ojeda", relató el hombre del bigote.
Ojeda siempre insistió que los rasgos físicos que figuran en la denuncia de mayo del 77´, en inmediaciones de la chacra de Méndez, corresponden a otro militar, al que "yo conozco", pero prefirió no nombrar. Y reiteró que mientras él estaba detenido, su señora le comunicó por teléfono "que había llegado a casa una carta" anónima con "media hoja de cuaderno con datos de una persona" que estaría implicado en el homicidio. "Para mí esa es una prueba suficiente", manifestó para quejarse por el continuo cambios de defensores oficiales que registró durante el proceso: "ya me cambiaron 8 veces de abogado". Al juez federal Juan José Comparato, "le mostró fotografías mías donde acredito que del 74 a la fecha siempre usé bigotes", rasgo distintivo que -según su pensamiento- lo desligaría de la descripción que formulan los denunciantes. De todos modos, Ojeda se resistió a identificar a ese otro efectivo, para recalcar que "los testigos describen físicamente a una persona muy distinta a mí".
Más tarde, señaló que "los amigos y familiares de Moreno me miran mal durante el juicio. Los entiendo, porque en los papeles yo les hice daño, pero ellos son inteligentes y no pueden quedarse con lo que escucharon. Ya se darán cuenta que la persona nombrada como Ojeda no soy yo. Sino alguien que usurpó mi identidad".
LA SILICOSIS Y LA PRESIÓN SOBRE SINDICATOS
A tono con lo ocurrido el jueves, más testimonios alimentaron la hipótesis del móvil económico tras el secuestro, tortura y muerte de Moreno. María Inés Krimer, vívía cerca de Calera Avellaneda, en Olavarría, y describió la "intensa vida social" que mancomunaba a la máxima plana de la empresa con las autoridades del Ejército, luego del golpe del 76´.
Mario Florencio Paniagua, hijo de un obrero de Loma Negra al que detectaron silicosis, se quebró al relatar las condiciones de trabajo en la "rompedora", el sitio donde se procesa el granito. "Recuerdo al verlo envuelto en una polvareda infernal". Su salud respiratoria se fue desintegrando como la de tantos otros operarios cementeros. Los abogados Mario Gubitosi y Moreno llevaron el caso a un juicio que terminó en sentencia favorable a Paniagua. Esa sentencia tuvo serias secuelas represivas en los laboralistas.
El médico Carlos Alberto Burle atendió a Paniagua. Su aporte es fundamental para comprender las secuelas de la falta de seguridad e higiene en las cementeras. La tos y fatiga por mala oxigenación, debido a la exposición al polvo de cemento, se convirtió en una constante en el personal. Y en esos años, para detectar la silicosis era necesaria una biopsia con anestesia general y cirugía a cielo abierto. Al agravarse el cuadro, el paciente puede morir.
Daniel Dicósimo, investigador en Historia, hizo su tesis doctoral en torno al trabajo y las industrias en Tandil, Barker y Olavarría, durante el período dictatorial. En Villa Cacique, donde está la sucursal de Loma Negra -advirtió-, "la misma mañana del 24 de marzo del 76 el Ejército cerró el sindicato AOMA y presionó a los delegados sindicales. La idea era marginar y neutralizar a los trabajadores. Y realizar una reorganización interna. Para la Policía, los integrante de AOMA eran ´elementos perturbadores´. Entre el 77´y el 80´ la producción del cemento aumentó muchísimo, de la mano de la obra pública que impulsó la junta militar", especificó.
"Nunca supe si mi trabajo terminó precipitando el homicidio de Moreno", admitió
Cerrado aplauso a Pagliere, el juez que investigó contra viento y marea
Conmovió a la sala el relato del magistrado. Al desaparecer el abogado, protagonizó una pesquisa que "quemaba". Ese sumario hoy es clave. La complicidad entre la Corte Suprema y la represión ilegal.
La valentía de Carlos Pagliere, el juez que investigó la desaparición de Carlos Moreno en mayo del 77´, fue reconocida en un cerrado aplauso ayer, durante la audiencia del juicio en el Aula Magna de la Universidad. Roberto Falcone, presidente del Tribunal, autoridad rígida a la hora de garantizar el silencio en la sala, esta vez sólo dejó resonar las palmas ante una conmovedora historia de vida, en medio de tanto horror y complicidades de autoridades civiles para con el siniestro plan militar.
El ex magistrado tomó la denuncia y desde Azul vino a Tandil, para allanar las dos comisarías y el destacamento de Villa Italia. En la seccional primera, mientras esperaba al comisario Menéndez en su oficina, sonó el teléfono. Pagliere atendió, y escuchó la voz del comisario mayor Oliva, quien cortó de inmediato.
Dames y otros abogados le advirtieron al juez que Moreno había sido visto en cercanías de la chacra de Méndez, por lo que Pagliere fue a investigar al lugar. Allí tomó declaración a Bulfoni, con un sol de noche, porque no había luz artificial. Allí el testigo le relató el famosos episodio de la huida de Moreno, pidiendo auxilio, aunque "no lo ayudó por miedo, ya que no lo conocía".
Durante el cautiverio del laboralista, Pagliere retornó a Azul, consiguió una foto del desaparecido y con un dibujante le agregó una barba incipiente, retrato que el denunciante luego reconoció. El juez tenía entonces la certeza de que Moreno había estado secuestrado en Tandil. Más tarde, un familiar de Bulfoni le entregó el saco de la víctima, y Pagliere se lo dio a Susana Lofeudo, en ese entonces embarazada.
"Trabajé en un clima de secreto, un abogado de Tandil un día me llamó a casa porque corría riesgo su vida", aseveró el magistrado sobre la opresión del terrorismo de Estado.
De inmediato, Pagliere viajó sólo a La Plata, en su auto particular, donde informó a las autoridades de la Suprema Corte provincial sobre el hecho que estaba investigando. Aquel joven magistrado en lo penal de Azul, entró con muchas expectativas a ese "templo" de la Justicia. Primero logró entrevistarse con el doctor Peña Guzmán, presidente de la corte. Este le pidió el expediente y dos horas para leerlo. Al retornar al palacio judicial, Pagliere mantuvo una reunión con otro integrante de la Suprema Corte. Este último le preguntó: ¿porqué está investigando esta causa?. "Cumplo con mi deber", replicó el magistrado de Azul. A lo que su interlocutor, en tono imperativo, le recomendó que se alejara del caso Moreno. "Eso me desmoralizó mucho, y pensé en renunciar al Poder Judicial", explicó el testigo. "Pero Peña Guzmán me dijo que era mejor cambiar las cosas desde adentro, y tenía razón", subrayó. Ese mismo día, salió el comunicado oficial del Ejército, donde se informó sobre el fallecimiento de Moreno en un "enfrentamiento". Por eso Pagliere, al día de hoy, mantiene una gran duda: "quizás mi trabajo terminó precipitando el homicidio", confesó en un relato estremecedor.
"Sentí que había fracasado, hasta hoy siento una angustia que llevaré toda la vida", recalcó esperanzado en los resultados de este juicio, a 35 años de los episodios. También rememoró que un empleado suyo quiso renunciar por el caso Moreno y el temor que esto traía aparejado.
Luego de la declaración de Pagliere, el doctor César Sivo, querellante por parte de la familia Moreno, elogió su conducta y dijo que actos como los del magistrado "honraban la profesión que algunos otros jueces habían deshonrado". Ese reconocimiento desató un aplauso fervoroso del público.
FUENTE LA VOZ DE TANDIL
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