(Por Melquíades Kafka) La Justicia arrinconó a los hermanos contra la pared, pero en Tandil el que más sonaba por esta ominosa historia de tantos años era Emilio Méndez, debido a sus vínculos profundos con quienes él llamaba “las fuerzas vivas” de la ciudad. Quizá la escritura de la quinta devenida en centro clandestino de detención haya terminado con el otro Méndez en el banquillo. Lo cierto es que a nueve días de un juicio que seguramente entrará en la historia, cualquier vecino puede cruzarse con el imputado por la calle. Esta colisión incómoda es uno de los tránsitos que Méndez debe atravesar en su deambular por el laberinto.
Hace cuarenta años lo que sucederá el viernes 10 de febrero en la Universidad podría haber sido considerado un hecho de ciencia ficción. Será por eso que probablemente Emilio Méndez (vamos a unificar en el ex gerente del Banco Comercial el protagonismo de esta historia) jamás haya podido imaginar, ni siquiera en el territorio de las pesadillas, el episodio que se avecina. Todo lo que habrá de suceder era una postal imposible de concebir en los tiempos históricos de una ciudad como la que él seguramente añora: la del integrismo católico patriarcal de Chienno y Actis; la regresiva de su prensa complaciente; la de la patria militar con su Comando de Brigada (donde el colaboracionista churrasqueó de lo lindo); su Base Aérea, su Distrito; la empresarial con su conservadurismo dinámico (vaya oxímoron). En fin, esa ciudad que tanta gente melancoliza, esa cosmovisión de apatía vacuna que desquició a Gombrowicz, jamás hubiera permitido que hoy Méndez sea poco más que un muerto civil deambulando por las calles.
Apuntábamos hace un par de meses que había un solo antecedente donde una Institución del Estado –en aquel caso, 1970, el Salón Blanco municipal- iba a ser utilizado como escenario de un juicio. Pero una cosa es un juicio oral y público por un homicidio en riña (como fue aquella historia) y otra muy distinta un juicio donde los acusados son vecinos contemporáneos que estarán allí a fin de comparecer que en los años de plomo, en los años donde ese Tandil se divertía mirando las tres de cowboy en el Súper o tirándose del Tobogán Gigante del Dique, los Méndez prestaron y/o alquilaron su quinta para que el terrorismo de Estado la convierta en un centro clandestino de detención, lugar donde tal vez haya sido asesinado el abogado olavarriense Carlos Alberto Moreno, detenido y/o desaparecido en “la chacra” donde Emilio Méndez, antes de entregarla en “comodato” al Ejército, hizo la plancha en su pileta de natación, o asó un costillar a la parrilla, mientras de lunes a viernes cumplía otro rito de poder coloridamente provinciano y muy simbólico: auscultar las carpetas de los clientes del Banco Comercial del Tandil. Esa delegación de un poder al que creía como propio es lo que hace aún más truculento el caso.
Un silencio insondable merodea la actualidad del ex gerente. Lo otro es historia bastante conocida. Primero, como sabemos, se le cayó el Banco; luego en 1991 vino Memoria por la Vida en Democracia, en pleno régimen zanatellista le pintó el frente de la casa, en lo que históricamente será el primer escrache a un colaboracionista civil de la dictadura militar en Tandil. Y con el tiempo –hay que honestos, con la voluntad de los militantes de los derechos humanos y del gobierno de Néstor Kirchner que decidió reescribir esta historia- también se le vino encima la Justicia. Y con ella, el bochorno público. Aún así, hay que rescatar su temple. Méndez no eligió el destierro (como acaba de hacer un prestamista literalmente borrado y sin noticias), ni se encerró en su casa, cómo sí hizo el ex cajero del Banco Provincia que se robó medio millón de pesos, y las pocas veces que salió a la calle tropezó con momentos incómodos claramente previsibles. Méndez no. Se lo ha visto, se lo ve, a paso lento, porque los años le han llegado como a todo el mundo, atravesando el lodazal del laberinto, sostenido, quizá, por la entereza frente a la incomprensión. Pues, ¿qué piensa Méndez en estos momentos? Piensa: ¿Dónde están todos esos empresarios, chicos, medianos y grandes, a quienes le hice firmar una solicitada de apoyo al finado Jorge Blanco Villegas, que salió a toda página en los diarios del pueblo el día que el industrial se hizo cargo del Banco Comercial? Eran muchos, quizá más de doscientos o trescientos, a quienes hizo hocicar en busca del oxígeno de la confianza, del respaldo moral, por decirlo así, que al final no sirvió de nada porque no pudo impedir que los escribanos del Banco, para evitar la quiebra, vendieran la Institución por $2. Y no es una metáfora: $2 fue el precio de la operación. ¿Dónde están todos los que tomaron café conmigo, piensa Méndez, en el Ideal, en Liverpool, en esta hora amarga que, para colmo, le toca padecer en el otoño de su vida? Es decir, cuando ya no queda tiempo para la revancha. Y mientras todavía se deja llevar por la marea de su destino, va al supermercado y mira con odio a los que escriben sobre su existencia y se atreven a enfrentarlo desde las palabras o desde los actos, como ese barbado insurrecto, ese zurdito infiltrado en el gobierno del pediatra hiperquinético, que tuvo el tupé, a mí, a Emilio Méndez, de cerrarme el paso al despacho del jefe comunal la mañana que acompañé a Luis Landriscina (¡Sí, señor, a Landriscina, un amigo del alma!) para que Lunghi le entregara una plaqueta.
Estas disquisiciones que ofendieron su honor medita Méndez mientras intenta imaginar lo que ocurrirá el día fatal. El 10 de febrero. Tantas veces pasó caminando o en auto por allí, por el Templo del Saber, por Chacabuco y Pinto, que ahora le parece un chiste de mal gusto, de humor negro, que la Justicia, a la que sin dudas detesta, en vez de tomarle declaración en un lugar prudente, a salvo de las luces y los micrófonos y del asco de todos esos comunistas que quisieran verme linchado, infiere Méndez en sus momentos de cólera, no haya dudado en exponerlo como un costillar a la vista de los vecinos. Como si estuviera detrás del vidrio en un asador de El Ombú, esperando la carneada. Porque el juicio tendrá cámaras en vivo y en directo. Para la tribuna que lo mira por tevé. Quizá también para los vecinos de su barrio donde no faltará la comadrona indignada porque al “pobre Emilio” le estén haciendo semejante tropelía. ¿Vendrá CrónicaTV, se pregunta el señor Méndez, mientras prepara su temple para cuando le toque asistir al último tramo del laberinto? Porque allí, inevitablemente, a la hora señalada, deberá enfrentarse con lo que siempre fue.
fuente: la tandilura
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