Reproducimos la nota de Juan Perone en PolíticaTandil, sobre el bebe nacido con malformaciones y la manifestación de familiares en el Hospital Municipal para lograr su traslado a La Plata.
Adolf Eichmann fue uno de los administradores más eficientes que tuvo la
“solución final” del nazismo. De apariencia pusilánime, puso a disposición del
régimen sus conocimientos de logística.
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Aplicados a las
deportaciones y a los campos de concentración, significaban matar más, más
rápido y con bajo costo.
Era un gran
administrador. Fue uno de los tantos que escapó de Alemania y del juicio de
Nüremberg. Y fue uno de los tantos que llegó a la Argentina en los años 50.
Vivía en San
Fernando, en el Conurbano, bajo el nombre de Ricardo Klement, hasta que un escuadrón
israelí lo encontró, lo secuestró y lo llevó a Tel Aviv donde fue juzgado en
1961 y condenado a muerte en 1962. Allí estaba Hannah Arendt, alemana y judía,
amante eterna de Heidegger, alemán y antisemita, cubriendo el juicio para “The
New Yorker”.
De esa cobertura y
de una lectura filosófica de las declaraciones de Eichmann surgió el libro
“Eichmann en Jerusalén” que acuña uno de los conceptos más temerarios y
cuestionados acerca del mal y su naturaleza: el de “la banalidad del mal”.
Arendt deduce que
Eichmann no es un un personaje monstruoso o la encarnación absoluta del mal,
sino que, por el contrario, se trata de un burócrata incapaz de desfiar el
sistema para el que sirve y que pone su capacidad técnica al servicio de un fin
que no cuestiona porque se siente, simplemente, un subordinado, un engranaje
más del sistema.
Desde ese entonces
hasta ahora, el concepto ha sido ampliamente utilizado. Y seguirá siendo así
porque cada tanto es posible ver cómo eso que consideramos inmoral se agazapa
tras los límites de una función, la frialdad de la estadística o la maquinaria
burocrática del Estado en donde una persona se transforma, en apenas un
segundo, en “contribuyente” para la recaudación, “histórica clínica” del
sistema de salud, o “expediente” para sistema de Desarrollo Social.
Y en esos casos, el
riesgo de la deshumanización es tan alto que vale la pena recordar cada tanto
que detrás de un contribuyente, un beneficiario o un paciente de hospital hay
una persona, cuya individualidad excede los parámetros del sistema, cuya
existencia concreta se revela ante la estadística, los reglamentos y los
presupuestos.
Vale la pena
recordarlo porque anteayer mismo, familiares de un recién nacido que requería
de una intervención quirúrgica urgente quemaron neumáticos frente al Hospital
de Niños para reclamar un traslado que se retrasaba mediante argumentos
burocráticos.
“El bebé nació
alrededor de las 8.30 y rápidamente le detectaron la compleja malformación que
requería una intervención quirúrgica urgente que debía ser practicada en un
centro de alta complejidad. Sin embargo, por diversas razones las horas pasaban
y el traslado no se efectivizaba.
En tanto, la vida
del pequeño cada vez corría más riesgo. En primer lugar, los médicos le
comunicaron a los padres que no los aceptaban en distintos centros
asistenciales de otras ciudades por no tener obra social y más tarde les
comunicaron que no podían conseguir camas o cirujanos infantiles disponibles”,
se narró en El Eco.
Luego, en los
comentarios de los lectores, uno que se decía “de adentro” de la institución
sanitaria, se dejaba constancia de que en realidad el argumento era el opuesto:
como había “saltado” en el sistema una obra social a nombre del padre, los
hospitales públicos no lo recibían.
Los argumentos
pasan a segundo plano. El hecho es que por tener o no tener una obra social se
atrasaba el traslado, se comprometía la vida del pequeño. El hecho es que por
tener un Hospital de Niños lleno de ladrillos y vacío de recursos humanos, pero
también sin Terapia Intensiva y sus especialidades, el caso no tenía más
alternativas que el traslado.
Entonces vale
recordar los argumentos del Gobierno municipal -más precisamente del pediatra
que cumple funciones como Intendente- que justificaba la no apertura de la
Terapia de Niños porque las estadísticas “no daban”. Porque las cuentas daban
algo más que “un niño y medio” y que ese valor no era suficiente para el gasto
que requería montar la Terapia.
Ayer, nació un niño
que estaba en ese promedio deficiente y casi paga con su vida el resultado de
la abstracción matemática. Ayer se revertió la cuenta: porque los números se
hicieron persona. Persona querida por padres y familiares, persona deseaba y
adorada, persona capaz de dar alegría con su vida y dolor infinito con su
muerte. Ayer, las estadísticas estallaron en mil pedazos. Y su sola mención
suena a vil insulto.
En la banalidad
está el mal, dijo Arentd. La inmoralidad se esconde en quienes confunden el
deber con un manual de funciones y la responsabilidad de gobierno con el criterio
del bien mayor. La inmoralidad se esconde en todos nosotros que a la hora de
pedirle prioridades al gobierno ponemos en un mismo pie de igualdad el tema de
los perros sueltos que el sistema sanitario público, avalando el criterio
siempre vigente de rascarse para adentro.
Muchos dicen que
Tandil es solidario porque entrega paquetes de fideos y frazadas cuando se lo
requiere por el diario. O cuando se hacen eventos a beneficio.
Discrepo con esa
versión local de la “ética fácil”.
Tandil será
solidaria cuando le exija a sus gobernantes que no se preocupen tanto por la
recolección de residuos, el largo de los pastos y el estado de las calles y que
en cambio asegure, la salud, el trabajo y la educación a quienes vienen
rezagados en el reparto de posibilidades. A Tandil le sobra dinero pero le
falta equidad.
Será solidaria el
día que marche para exigirle a su gobierno que por un momento se olvide sus
exigencias de clase media y atienda a los que no tienen asegurado el bienestar
mínimo.
El Estado es
esencialmente para los más pobres, para los que no gozan del privilegio de la
independencia económica.
Cuando renuncie a
su histeriqueo tandilín recién será todo lo solidaria que dice ser cuando
deposita cuatro fideos, una sábana y dos monedas en misa o cuando asiste a una
cena a beneficio de los pobres donde sortea un auto cero kilómetro y se brinda
con champagne.
El resto es
banalidad. La misma en la que se escudan los que cuentan vidas en fracciones.
Juan
Perone
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